domingo, 26 de mayo de 2013

... con Rodrigo Araya Elorza, bibliotecario en el Dibamóvil de Coquimbo (Chile)


Rodrigo Araya, en primer término, y su compañero José Antonio.
Rodrigo y José Antonio
Mi nombre es Rodrigo Araya Elorza, soy periodista de profesión y llevo más de 10 años a cargo del bibliomóvil “Dibamóvil” en la Región de Coquimbo, Chile. Cada vez que cuento que tengo casi una década bibliobuseando me impresiono a mí mismo y al mismo tiempo, me lleva inevitablemente a recordar aquel primer día en que mi compañero y conductor del móvil José Juliá, me consultó por cuánto tiempo pensaba mantenerme en ese trabajo. Y yo (aún con la nostalgia del trabajo periodístico) contesté que quizás 2 o 3 años. Pues ha resultado todo lo contrario, porque la experiencia de 3 años terminó siendo mi ejercicio periodístico formal y el resto de dedicación y esfuerzo al bibliomóvil.
 Debo reconocer que mi corazón de trabajador está dividido entre el bibliobús y el periodismo y así ambas profesiones, me han transformado en una especie de confesor de los problemas y alegrías de mis usuarios. Muchos de ellos, más que usuarios amigos de la magia del bibliobús y que ahora en esta breve bitácora me permitirá mágicamente compartir con ustedes un día de mi rutina.
Rodrigo Araya redireccionando la parabólica.
Direccionando la parabólica
Mi día arranca a las 07:15 de la mañana cuando el televisor se enciende con un chirrido (puesto que no he logrado programar la función de despertador para que coincida con la televisión satelital). Una vez despertado con este sonido desagradable. Ya escucho algo agradable que es la voz de Telma mi pareja, que me dice buenos días y me recuerda que bajará al segundo piso de la casa para encender el calefón, para una ducha caliente. Apenas Telma baja las escaleras aparece Sebastián mi hijo de 7 años que se mete a la cama mientras me levanto para ir a la ducha. Pasados unos minutos del ritual de ducha y vestirse, Sebastián ya está listo con su ropa de colegio gracias a la dedicación y amor de Telma. Ambos, Sebastián y yo partimos caminando hacia el colegio. Minutos que disfruto mucho y que la gran parte del tiempo se caracteriza por sus preguntas curiosas sobre el funcionamiento de distintas cosas y en otras ocasiones, para repasar alguna materia que será sometida a prueba en su colegio. Lo dejo antes de las 8 AM y regreso a casa para tomar desayuno junto a Telma y compartir mientras vemos el matinal en la televisión.
Ya son las 8:45 y enciendo el automóvil para llegar antes de las 9  al Museo del Limarí en la ciudad de Ovalle, que es la sede coordinadora de nuestro bibliomóvil. Firmo la entrada a trabajar y saludo a mis demás compañeros de trabajo del Museo. En eso llega José Antonio mi compañero que enciende el motor de nuestro bibliomóvil para ir al punto de atención de turno. Mientras se calienta el motor,  yo aprovecho de anunciar en las cuentas de Facebook y Twitter del bibliobús la atención del día.
Dentro de los 17 puntos de atención que debemos hacer en el mes, hay algunos que  llegar a ellos nos toma pocos minutos, porque son dentro de la ciudad y otros nos demoran horas, puesto que son en otras comunas, principalmente en pueblos rurales.
El Dibamóivl ya montado.
El Dibamóvil ya montado (mesas, exposición...)
Una vez que llegamos con el bibliobús inmediatamente abro la puerta de acceso al bibliomóvil y José Antonio toma los cables que nos conectan a la energía eléctrica que hace funcionar la amplificación, televisores, computador y aire acondicionado del vehículo. Ya ejecutada aquella tarea,  comienzo a bajar los parlantes que transmitirán el sonido del bibliomóvil y que sirve para comunicar nuestra llegada al pueblo, con los programas educativos que transmitimos en los monitores externo e interno. Colocamos las sillas afuera del vehículo y que permitirán sentarse a quien desee ver el programa exhibido. Hecho eso, me subo al techo del camión para bajar los perfiles metálicos que soportarán el toldo de 36 metros cuadrados y que protegerá del sol a nuestros lectores. Finalizada esa tarea, comenzamos mi compañero y yo a colocar en las bases del toldo la exposición con contenidos educativos (que yo mismo he desarrollado en meses anteriores en su guión y dirección artística) que verán quienes pasen cerca de nuestra instalación.
Y ya son las 10 am aproximadamente y tenemos el computador encendido y todo en orden para atender a los lectores que nos visitarán. Desde ese momento, y hasta las 13 horas atendemos y oímos a los usuarios mientras consultan los libros que se llevarán a casa hasta nuestro retorno al mismo punto de atención en un mes más.
Ya han pasado 3 horas de atención y el reloj marca las 13 horas. Hora del almuerzo y con mi compañero nos turnamos para almorzar. Así el bibliomóvil nunca está cerrado. En ocasiones cuando estamos lejos de casa. Me acomodo en la cabina del móvil con mi almuerzo llevado de casa o sencillamente voy a comer a algún lugar donde me vendan algo,  si es que el pueblo lo tiene.
Rodrigo Araya atendiendo a sus lectores.
Rodrigo atendiendo a sus usuarios
Ya son más o menos las 15 horas y siguen entrando y saliendo distintas personas algunos son usuarios inscritos en el bibliomóvil por años, con los que converso mientras eligen el libro o son usuarios nuevos, que comenzamos a tratar de encantar con la lectura. Algunos vienen a preguntar por un libro que tiene que leer su hijo en el colegio. Ahí es cuando entramos en acción (con nuestra mejor actitud de convencimiento) con mi compañero y les decimos que se inscriban y que es gratis y que también pueden leer ellos. Muchas veces, la excusa para no leer es: “Es que no tengo tiempo”. Le explicamos que si ella -muchas veces los usuarios son mujeres dueña de casa- no se da el tiempo, no será un ejemplo para incentivar a su hijo a leer. Ahí los vamos convenciendo, a veces con mucho éxito y en otras no.
Otros usuarios llegan y nos preguntan por un libro en especial. Recuerdo, que en una población en riesgo social en la ciudad de Ovalle. Apareció una señora de edad. Me dijo que quería leer el libro “Un hijo no puede morir” de la autora chilena, Susana Roccatagliata. Que reúne experiencias de madres que han visto morir a sus hijos. Me comentó que había perdido a su hijo de sólo 25 años. Y que en esos días, se cumplían 3 años de su fallecimiento y que por eso quería volver a leerlo, pues aquellas experiencias le daban fuerzas para continuar con su vida y su duelo. Sus ojos se le llenaron de lágrimas y la escuché atentamente al tiempo en que le daba palabras de aliento, explicándole que su hijo no estaría feliz de verla tan triste y que debe intentar reponerse. Me comenta que los psicólogos le han recomendado lo mismo, pero que la lectura de esas experiencias reunidas en el libro, siempre le dan fuerzas para superar aquella fecha tan triste. Así pasaron varios minutos de conversación mientras registraba el préstamo del libro. Recuerdo que se fue abrazando el libro y feliz.
Y así pasan las horas, no faltan los borrachitos, ancianos distraídos buscando una clínica móvil para vacunarse contra la influenza, los enfermos mentales que consultan por cosas insólitas, o aquellos que creen que vendemos libros y también están los lectores cariñosos que nos llevan frutas de regalo, sobretodo en zonas rurales.  Es más o menos la rutina en casi todos los puntos de préstamo que tenemos.
Niños en el Dibamóvil de Coquimbo (Chile)
Los niños en el Dibamóvil de Coquimbo
Llegan las 17 horas y comenzamos a guardar todo para el viaje. No faltan los usuarios que aparecen a última hora y les prestamos un libro mientras desarmamos la exposición e instalación externa. Nos despedimos y retomamos la ruta de regreso a nuestras casas cuando faltan minutos para las 18 horas. En ocasiones llegamos a la hora de salida exacta, en otras nos pasamos de tiempo.
Cuando todo resulta bien, llego a casa a eso de las 18:30 y recibo el saludo de mi pequeño y de Telma que me consulta cómo estuvo el día. Tomamos el té y comienzo a preguntar a Sebastián cómo le fue en su jornada escolar. Siempre me cuenta de sus juegos o de las travesuras de sus compañeros más inquietos. A eso de las 19:30 horas, luego de un respiro, inicio mi rutina de ejercicios por una hora. Al mismo tiempo en que escucho música. Minutos que reservo sólo para mi y que me relajan y me llenan de energía para terminar el día. Luego veo algo de las noticias en la televisión y después veo una película y me duermo inevitablemente a eso de las 23:30 horas. Y hasta mañana para retomar el camino.

lunes, 20 de mayo de 2013

... con Marcos Reina Segovia, Bibliotecario en el Bibliobús Municipal de Málaga.

Por cortesía de RecBib, que lo publicó en su Sección  "24 horas con..."

Marcos Reina Segovia
Mi nombre es Marcos Reina Segovia, tengo 40 años y soy el bibliotecario encargado del Bibliobús Municipal de la ciudad de Málaga desde hace ya casi diez años, con algunas interrupciones que me sirvieron para aprobar las oposiciones y además ejercer una grata labor docente como formador de auxiliares de biblioteca en nuestra provincia. Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Málaga, nunca he realizado las labores a las que me habilitaba esa titulación. Entusiasmado con mi tarea “bibliobusera”, soy miembro de ACLEBIM, asociación donde he encontrado la horma de mi zapato: la pasión por nuestro trabajo y la imaginación a raudales que necesitamos para seguir siendo los bibliotecarios más brillantes y divertidos del gremio, en mi modesta y a todas luces parcial opinión.
En un plano más personal me gustaría decir que, a pesar de tener una formación artística autodidacta, dedico mi tiempo libre (que es escaso, por otra parte) a dibujar, escribir, enseñar e investigar sobre tebeos, ilustración y narrativa gráfica. Estoy casado con Cristina, una chica estupenda y tengo un crío, Jorge, de un año y un mes igual de estupendo que su madre. Para acabar las presentaciones solo añadir que vivo, disfruto y sufro una ciudad antaño conocida como “Málaga, ciudad bravía, la de las mil tabernas y una sola librería”. La frase, literal entonces y metafórica en la actualidad, describe lo duro y apasionante que puede llegar a ser realizar nuestro trabajo por estos lares, al sur del sur.
El motivo de tanta presentación formal es poner sobre aviso al posible lector, ya que he sido invitado a contar cómo son mis 24 horas como bibliotecario móvil, así que sin más dilación: vamos a ello.
Un día de Benjamin FranklinLa imagen de la izquierda se muestra una jornada ordinaria en la vida de Benjamin Franklin. Como puede observarse, la rutina diaria del gran científico, inventor y político americano muestra a las claras como se las gastaban esos próceres de la Humanidad en el siglo XVIII, que lo mismo eran capaces de imaginar las gafas bifocales que redactar la declaración de Independencia de su país. Algo tendría que ver esta agenda para que el bueno de Ben acabara con su cara estampada en los billetes de 100 dolares.
No es mi objetivo acabar entregando mi retrato a la Real Fábrica de Moneda y Timbre, ni mucho menos inventar el pararrayos, pero si que me gustaría ser capaz de relatar mi jornada de una forma tan práctica, simple y provechosa como él. En ello estamos, si son ustedes, lectores, tan amables de seguir leyendo estas líneas. Y sin más dilación...
6:30 h.: El radio-despertador trina las señales horarias y el locutor me despierta contándome lo mal que está mi prima.
6:31 h.: Ya con los dos ojos abiertos y en plena oscuridad descubro que la prima en cuestión no es otra que la prima de riesgo, y en realidad se están glosando los últimos, catastróficos e interesados vaticinios de Goldman Sachs Group. Cierro de nuevo los ojos, respiro hondo y pienso:
“...¿sería posible tener dentro del bibliobús una estantería dedicada a un escritor o artista cada mes y que en ella pudiera incluir las lecturas, músicas e imágenes que quisiera, y que con toda libertad pudiese decorarla o expresarse a través de ella?. Sería como una pequeña exposición itinerante...bla,bla,bla...”
6:35 h.: intento no pensar en el bibliobús tan temprano. Miro a mi derecha y encuentro a Jorge y a Cristina roncando como lirones y con cierta sonrisa en sus caras. Ahora sí que estoy preparado para levantarme.
7:40 h.-11:00 h: Obviando detalles escasamente relevantes, trasladamos este relato directamente al portal de casa. Atrás quedan cuatro pisos sin ascensor, mi taller de dibujo, mis dos compañeros de cama preferidos, mi café con leche y mi pan con aceite. Y delante, ¿qué tengo por delante? la calle solitaria, un paseo agradable hasta la mesa del Bibliobús, en el Archivo Municipal (el vehículo está en la cochera pero tenemos sede fija en la Unidad Central de Bibliotecas, donde también se encuentra el depósito), y tres horas de trabajo administrativo que evito relatar aquí para dejar espacio a otras cuestiones mucho más interesantes. Como por ejemplo, otro pensamiento que me viene a la cabeza, ya enfrascado frente a la pantalla del ordenador:
“...Tengo que intentar hablar con la gente del Málaga Club de Fútbol. Seguro que al jeque que lo preside le entusiasma la idea de meter un bibliobús en el estadio antes del Málaga-Barça. También tengo que dejar de tener ideas locas y centrarme en la selección documental para el año que viene. Si no, seleccionarán por mí y por los usuarios y eso no es buena cosa...”
11:00 h.- 15:00 h.: Tras hacer tarjetas de usuario, contestar mails, mover cajas del depósito y demás tareas del mismo calado, acabo con la primera parte de mi jornada laboral y dan comienzo las horas en las que ejerzo de padre y amo de casa desde hace unos meses aunque uno lo sea ya full-time y para toda la vida. Cristina y yo nos turnamos haciendo equilibrismos sobre nuestros horarios y su jornada reducida. Tampoco voy a entrar en muchos detalles sobre estas horas. Solo decir que me carcajeo cuando pronuncio las palabras “conciliación familiar en España” y cuando oigo frases como: “Que bueno no trabajar y estar en casa, con lo fácil que es y lo agradecido”. Pienso en mi madre y en sus siete vástagos, vuelvo a respirar hondo y “a por ello”
Entre pucheros y papillas, pañales, algún que otro cómic, los dos móviles (uno personal y otro del bibliobús), abuelas que visitan al nieto, el cochecito, los cuatro pisos sin ascensor ya antes mencionados y un viaje en ciclomotor hasta la cochera del bibliobús termino mi mañana literalmente desfondado y pienso:
“...Madre mía, aún no he escrito el texto sobre mis 24 horas como bibliobusero. Soy un mal queda, como dicen ahora, y además no tengo excusa. Si me he tirado la mañana pensando en tonterías...”
15:00 h.- 20:30 h.: Este sería el nudo de la jornada. Donde se cuece lo importante de mi trabajo. El momento en el que aparece Miguel en este cuento. Él es el conductor, mi compañero, mi amigo y un gran pedazo del alma de nuestro bibliobús (el resto de dicha ánima lo proporciona la colección y falta el trocito que debía poner yo, pero me encargué de vendérselo al diablo para conseguir que nos dieran conexión a Internet en el vehículo. Funcionó, así que bien vendido está).
Hoy toca subir a Olías. Se trata de un barrio de montaña, así como suena. Tomamos una carretera hacia el monte, subimos unos 12 km., dejamos el mar azul a nuestra espalda y aparcamos en lo que parece un pueblecito serrano aunque en realidad consta como barrio y pertenece al término municipal. Así que en esta barriada disfrazada pasamos nuestra primera hora prestando libros y pelis a un puñado de chavales que nos visitan en algunos casos desde hace diez años.
Los que trabajamos en estos servicios sabemos de buena tinta que estos lugares semi-rurales son los más apropiados para crear lazos con los usuarios. Se trata de un número más o menos manejable, la lejanía de la urbe hace que el trato y las costumbres sean diferentes, relajadas. A veces me creo que soy Nuno Marçal y siento como él, que nos fundimos con nuestros visitantes, que lo mejor de este trabajo es poder conocer a personas tan simples como maravillosas, que ellos, los usuarios son el aliciente para que andemos rodando por el mundo cargados de libros. Aún da tiempo para tomar un café y charlar con los parroquianos que miran a Juan y Medio en la tele y se ríen con sorna cuando les ofrezco cambiar la televisión por una estantería llena de libros. Y en eso se va la hora mientras pienso:
“...pues con la audiencia tan brutal que tiene Juan y Medio en Andalucía, tengo que ponerme en contacto con alguien de Canal Sur y colarme en su programa para el aniversario del Bibliobús del año que viene. Que diez años no se cumplen todos los días, y este señor gusta por igual a pequeños y mayores, como el Bibliobús...”
Los trayectos entre paradas son los que dedicamos Miguel y yo a ponernos al día sobre cualquier cosa. Y como nos ponemos al día todos los días, pues de vez en cuando me deja dormitar como un becerro y no hacerle ni caso, en otras ocasiones ponemos música y comemos castañas. En algunas otras, las menos, discutimos sobre meteorología, y las más de la veces, miramos el horizonte en absoluto silencio, y pensamos cada uno en nuestras cosas, como por ejemplo:
“...que voy a hacer yo el día que se jubile Miguel, si hasta muchos críos piensan que somos padre e hijo. Es más, si hasta nos comportamos como padre e hijo...”
La siguiente parada es en Guadalmar. Se trata de una barriada junto al mar, cerca de Torremolinos, llena de maravillosas casitas y chalets, algún que otro edificio, muchas parejas jóvenes con niños y algunos jubilados. El estacionamiento es junto al cole de la zona y llegamos justo a la salida de las actividades extraescolares. Eso indica tres cosas: la primera, todos los papis y las mamis tienen prisa por irse a casa. La segunda, ningún niño tiene prisa alguna por irse del bibliobús, que suele venir cargado de música, marcapáginas, libros desplegables, caramelos, bromas y hasta un balón para jugar fuera. Y tercera, vamos a prestar más de 150 libros en una hora, se va a formar una cola tan larga como la del marsupilami y seguro que acabo con la cabeza loca de tantas fichas azules y amarillas que van a pasar por mis manos, ya que el préstamo on-line aún no está del todo implantado en algunas paradas.
No es mal panorama. Entre bromas y sonrisas, Lina recoge sus novelas (unas 10 al mes) y me enseña las últimas labores primorosas que ha hecho para sus nietos. Ale me obliga a poner un cd de un rapero de nombre indescifrable que dice que es tan grande como Freddie Mercury (los compara con toda la tranquilidad del mundo aunque no tengan nada que ver, ya que a él le gustan los dos) y vuelve a llevarse prestado “Los juegos del hambre” porque dice que no le cansa leerlo aunque sea por sexta vez. Laura y Alexandra llegan a última hora vestidas de futbolistas (bueno, de medio centro polivalente y delantera cazagoles según ellas) y traen una bolsa llena de libros que debe volver llena de otros libros por orden directa de su padre, que desde su coche nos saluda con guasa.
Y va cayendo el sol, y sigue el calorcito, y el bibliobús marcha como por rieles. Entre varios críos de 6 ó 7 años, tan voluntariosos como despiertos, una somera explicación de la CDU y mucho interés por ayudar, hemos colocado todos los libros en sus estanterías y hemos chocado las palmas con el ímpetu de jugadores de la NBA. Y me siento bien, más desfondado aún si cabe, pero bien.
La última de las zonas es Cortijo de Mazas. Esta cerca de la anterior y suele traernos a muchos usuarios mayores. Me gusta que sea así en la última de las paradas diarias. Tengo más tiempo para charlar con ellos. A veces noto la falta de conversación en el ánimo de algunos. Siento que el bibliobús les sirve para más de lo que me sirve a mí, y pienso:
“Cuando tengamos nuestro blog, les voy a pedir que escriban entradas contando todo lo que me cuentan a mí: La anecdota en la mili, como lo pasó de mal cuando se fue a trabajar a Suiza, lo que le gustaba leer a Zane Grey en sus turnos de noche, la solución final para el desempleo jamás imaginada pero que ella tiene en mente desde que era pequeña...Mil historias, mil formas de contarlas y sólo nosotros, un simple bibliobús y dos personas como palimpsesto de todo ello. No se deben perder esas historias, no se deben perder, no se deben perder...
20:30 h.:[transcripción literal de una conversación entre bibliobuseros]: ¡Migueeeeeel, apaga, que ya es horaaaa!. ¿Mañana que? Cortijo Alto, Colmenarejo, Castañetas, buen día, sí señor. Hoy nos hemos hinchado a prestar. Tira, tira, que pillamos caravana. ¿Cómo?, sí, ahí te he dejado la novela que me pidió tu hijo. ¿no tienes hambre? Yo no puedo más, me voy ha hincar el gazpachuelo que ha sobrao del mediodía. Pues claro que lo o cocino como me dijiste, si no de qué. Oye, has visto como hay mucho menos tráfico, se nota que es fin de mes. A propósito, ¿hemos cobrao?. Ay, qué bien, ya llegamos, deja, deja, ya terminamos de recoger mañana... Si total... Hasta luego. Coño, el casco, que me lo he dejado dentro, ooootra vez p'arriba. Y p'abajo. Y cuidao con la motito que Jorge me espera en casa con su sonrisa de bizcocho y sus manitas rechonchas. Y Cris, ay, mi Cris. Mis cuatro pisos sin ascensor y mi Cris.
21:00 h.- 23:00 h.: El día aún no ha terminado para un bibliobusero como yo. Aún queda un biberón, una buena charla con gazpachuelo de por medio, quince minutos de película que comenzamos a ver hace cuatro noches, tres llamadas telefónicas, una nana, una ducha, cincuenta besos, el portátil abierto sobre la mesa y diciéndome: no me olvides, tienes que escribir, tienes que escribir. Un bloc y un lápiz y una caricatura de Paul Auster, un tutorial sobre anatomía artística o como dibujar a Batman sin que parezca un tirillas. Y un pensamiento:
“Y si tunearamos el bibliobús en ese programa tan chulo de la MTV que convierte coches destartalados en estupendos y fardones bólidos. Si nos presentamos seguro que nos eligen, y lo pintarían de rojo metalizado, e instalarían unas estanterías aerodinámicas, y por supuesto sería un bibliobús inteligente con todo tipo de gadgets y … y...
Si han llegado hasta aquí, habrán comprobado que un día en mi vida no se parece en nada a la jornada cartesiana del Sr. Franklin. Es más, yo diría que parezco interesado en que no se asemeje ni por asomo a la misma. Pero, pensando un poco más, me gustaría que llegaran a la misma conclusión que yo. Me explico. Este buen hombre se planteaba qué iba a hacer de bueno al comienzo de la mañana y reflexionaba si lo había hecho al final del día. Yo no encuentro ocasión para hacer según que reflexiones pero cuando termina la jornada, cierro los ojos, beso a mis acompañantes de cama (sí, yo tampoco sé para que compramos la cuna) y me da por pensar, me doy cuenta de que he hecho bastantes cosas buenas, y sobre todo, que las he hecho casi sin darme cuenta, sin obligación, por inercia. Gracias al trabajo bibliotecario, gracias a los libros, a las carreteras y a la sonrisa de la gente.
EPÍLOGO (en sueños)
...
El locutor sigue hablando de mi prima, de pronto aparece ante mí un billete de 5 euros con la jeta de Miguel y mía impresas, como aquel billete de nosecuantas pesetas, los 122 escalones de la escalera de mi casa se convierten en un tobogán, el bibliobús pone el cerrojazo en una portería de fútbol vacunándola contra goles y crisis económicas y todo se disuelve en un profundo sueño lleno de libros, sonrisas y asfalto.
Hasta mañana

... con Valentín Salvador Calvo, Bibliotecario en el Bibliobús de Castellón.

 Por cortesía de RecBib, que lo publicó en su Sección  "24 horas con..."

Valentín Salvador Calvo
No tengo claro si es una suerte o no el decir que en mi trabajo no hay dos días iguales, a pesar de que las rutinas y las buenas costumbres son lo que nos aconsejan los médicos. Esa es la situación a la que te lleva tener un puesto de trabajo en continuo movimiento.
Pero vayamos al grano y relatemos un día cualquiera… por ejemplo, el marcado con la letra F en nuestro calendario de rutas:

07:00 horas
. Suena el despertador en la pequeña habitación del hostal Aguilar en Forcall, Castellón, lejos de la tópica “Plana” en la que todos piensan cuando se menta el apellido de nuestra provincia, nada que ver. Con ese sonido tengo el vicio de volver del lejano mundo de los sueños al mundo real cuatro veces al mes, en ese mismo lugar desde septiembre de 1987, el resto de las mañanas del mes tengo otras costumbres. Por suerte la claustrofobia no está entre mis dolencias habituales, para eso tengo otras, el caso es que bien podría aquejarme también puesto que llevo metido entre estas cuatro paredes desde las siete de la tarde pasadas. No es que la habitación no sea cómoda, porque tener, realmente tiene de todo: televisor, calefacción, un aseo con ducha y hasta una mesita donde colocar mi ordenador y conectarme al mundo vía wifi gratuita. En ese aspecto no tengo ninguna queja, porque después de tantos años ya casi me considero parte de la familia de Manuel y Rosita, que son los propietarios del hostal. Personas muy amables y atentas que hacen más llevadera mi estancia es su establecimiento. Es más, cuando hay algún acontecimiento en la casa siempre se acuerdan de mí.

07:10 horas (martes)
. Decido poner los pies en el suelo y ser consciente de que estoy en el mundo de la gente que, por suerte, trabaja. En otro tiempo no hubiera necesitado el despertador, puesto que el jaleo organizado en los pasillos del hostal cada mañana por las brigadas de trabajadores ya me hubieran advertido de la hora. Por desgracia eso no ocurre desde hace un par de años y el silencio es casi absoluto.

07:30 horas
. Como este año el verano se alarga más de la cuenta, el calorcito de la mañana invita a una ducha refrescante, hay tiempo para ello y también para vestirme tranquilamente mientras escucho las noticias en la televisión de la habitación. Durante ese tiempo oigo cómo Rosita abre y cierra la puerta de alguna de las habitaciones contiguas a la mía, y como en el piso de arriba, que es donde se encuentra la vivienda de los dueños, también han comenzado con sus tareas diarias, el movimiento de muebles les delata. Y eso que entre mis males existe una acusada sordera que, según mi otorrinolaringólogo, se encuentra en el umbral de lo socialmente aceptable, aunque he de decir que en los coloquios de los congresos me pierdo algunas cosas. Eso es lo malo, lo de los coloquios, pero por suerte las ventajas son muchas y entre ellas está la de no despertarme durante las noches por ruiditos que a otros exasperan.

08:15 horas
. Me decido a salir de la habitación e ir al comedor a tomar el desayuno. En el pasillo me encuentro con Rosita que asoma desde alguna habitación a la que ya ha quitado las sábanas de la cama y las toallas del aseo para llevárselas a lavar. Aquel es un lugar modesto, sin duda, pero apuesto lo que sea, incluso una paella si el nivel de reto lo requiere, a que no hay un lugar tan limpio como éste en todo el país. Pues bien, al encontrarme con Rosita intercambiamos algunas frases de cortesía, como siempre. Aquella mañana me comenta que ha habido un par de viajantes que llegaron a última hora de la tarde y ya se han marchado. También me dice que la temperatura hoy es bastante baja, pero como está totalmente despejado, seguro que a mediodía pasaré calor en el bibliobús, sin embargo, en Castellón dicen que ya hace calor a esas horas.

08:17 horas
. Manuel me da los buenos días desde el interior de la barra del bar. En la parte externa, sentados en las banquetas de madera están “el terrible” y “el rubio” extendiendo sus manos para saludarme. El primero de ellos es un hombre menudo que en su vida laboral trabajó en diversos menesteres, incluso fue pastor de ovejas que, a decir de otras personas, era una función que desempeñaba con notable maestría y responsabilidad, cosas ambas importantes que le honran, por supuesto. Lleva una gorra calada hasta las cejas que le confiere un aspecto algo huraño que desaparece al pronunciar sus primeras palabras. En la mano sostiene un vaso alargado cuyo contenido no es lo más recomendable para agarrar minutos después un volante, sin embargo, la tradición en aquellos lugares y prácticamente en toda la Comunidad Valenciana, ha permitido que esa “barretxa”, “calmante”, “desengrasante”, “sol y sombra”, “petardo”, “cola-cao” o como quiera que se le llame en cada lugar, haya servido de arranque a los trabajadores matutinos desde tiempo inmemorial y, claro, cuando lo has hecho durante tantos años ¿por qué vas a dejar de hacerlo? “El rubio” estaba en la misma postura, pero a diferencia de su compañero de desayuno, éste, el rubio, es un hombre recio, fuerte, de voz potente y mandíbulas apretadas que cuando te habla con su mirada fija y su sonrisa afable te transmite de inmediato la confianza que recelas del otro en la primera sensación. El rubio toma leche con cola-cao, como yo haré un momento después de asentir a la pregunta cotidiana de Manuel: ¿un cola-cao, Valentín?

08:45 horas
. Termino la charla con mis compañeros de desayuno y con Manuel, incluso con algún cliente conocido que también es habitual que a esas horas se pase por el hostal a tomar la barretxa o un cafecito caliente y al mismo tiempo poner una puesta en común de las novedades del día, tanto nacionales, autonómicas como locales, además de algún chisme que alimente la imaginación llegado el caso.

09:00 horas
. Me reúno con mi compañero en el bibliobús, que normalmente duerme, el bibliobús, en la puerta del hostal. Tenemos tiempo suficiente porque los niños no comienzan las clases hasta media hora después. En ese momento compruebo que la temperatura es de 6º dentro del bibliobús, cosa que contrasta con los cerca de 30 que tendremos horas después, así que ahora toca abrigarse.

09:05 horas
. El motor del bibliobús cobra vida sin titubear, como siempre, y poco después nos ponemos en movimiento hacia Olocau del Rey, pisando durante un pequeño tramo la provincia de Teruel.

09:35 horas
. Mi compañero aparca el bibliobús frente al colegio, pongo pie en tierra y entro en el edificio, saludo al maestro, abro la ventana por la que mi compañero desde el exterior me pasa el cable eléctrico para conectarnos a la red y coloco la clavija en su lugar. Por el camino de regreso al bibliobús me encuentro con algunas madres que han acompañado a sus hijos hasta el aula. Son pocas, porque sólo acompañan sus mamás a los más pequeños. En cualquier caso, aunque a los más mayores también les hubieran acompañado sus mamás tampoco hubiera sido grave, ningún colapso en la puerta porque los cinco alumnos del colegio no dan para tanto.

10:00 horas
. Vienen el maestro y sus cinco pupilos a cambiar el material que se llevaron quince días antes, en la anterior visita. Mientras los niños buscan en los cajones y las estanterías de infantiles algo que les interese, mi compañero y yo conversamos con el maestro. Como hace poco que comenzaron las clases todavía no hemos tenido tiempo de intimar demasiado con él, ya que a los maestros que se tienen que conformar con las plazas del interior se les suele cambiar cada año para que no les siente mal la tranquila vida en la montaña, aunque siempre hay masoquillas que repiten, de manera que aprovechamos el tiempo escuchando las explicaciones que en tantas ocasiones hemos oído de labios de sus antecesores, pero que siempre introducen alguna novedad que despierta nuestro interés. En este caso se trata de un chico de Carlet, una ciudad a unos 35 kilómetros al sur de Valencia, es decir, a unos 240 de aquí y tres horas con infinidad de curvas, un puerto de 1.200 metros hasta los 1.000 de Olocau. En esta ocasión nos tranquiliza saber que no es un “maestrillo” recién salido del horno, éste ya calza espolones de experiencia con algunos años de ejercicio en zonas próximas, de las vecinas comarcas de Teruel. 
Mientras charlamos, sin perder de vista a los niños y niñas, nos visita una de las madres, Alicia, que por cierto, en su día fue lectora mía del bibliobús cuando todavía iba a la escuela y, mira por donde, ahora casada en el pueblo vecino al suyo nos sigue siendo fiel.

11:00 horas
. Ya es momento de recoger el cable y los trastos para la siguiente visita. Nos bajamos a La Mata “de Morella”. Lo pongo entre comillas porque a ellos, a la gente de La Mata, no les gusta ese apellido porque, entre otras cosas, supone aceptar la soberanía de la capital de comarca y les resta autonomía. Sin duda es gente orgullosa que en su día ostentó el título de renta per cápita más alta de España, o algo así, de modo que “nobleza obliga”. Además, en España tenemos quince poblaciones cuyo nombre de pila es La Mata, y de ellas siete sin apellidos… ¡¡vamos, al lío…!!

11:15 horas
. Mi compañero estaciona el bibliobús en la rampa que existe junto al patio del colegio de La Mata. Mientras él conecta el cable eléctrico, yo abro los cajones inferiores de los libros infantiles, que tienen ruedas, y que si no le coloco una silla que tenemos puede rodar hasta golpear en la parte delantera del habitáculo, como ya ha ocurrido en alguna ocasión. Incluso una vez lo hizo en marcha y nos produjo una destroza.
Como es la hora del patio, los niños y las niñas no vienen a cambiar sus libros hasta que no terminan el bocata y, sobre todo, el disputado partido de la jornada. En este pueblo tenemos algunos lectores mayores que no son asiduos, que sólo vienen de vez en cuando. Encarna la farmacéutica suele venir en cada visita.

12:30 horas
. Recogemos nuevamente los trastos y nos dirigimos a Portell de Morella. Éstos, los de Portell, no tienen inconvenientes con su apellido, al menos nunca he oído nada al respecto. Este pueblo dista veintisiete kilómetros de La Mata, pero nos cuesta llegar unos treinta y cinco minutos por una carretera preciosa y serpenteante que nos eleva nuevamente hasta los cerca de 1.200 metros de altitud.

13:05 horas
. Los niños están saliendo del colegio, las mamás de la fábrica textil y todo el mundo pasea las calles por algún motivo. En la parada del bibliobús, no porque esté señalizada ni nada de eso, simplemente por tradición, nos espera otra Alicia, ésta es la esposa de nuestro amigo el farmacéutico, “el gran oso pardo” como yo le llamo, gran micólogo y aficionado a la fotografía y al buen yantar. Alicia comparte esas aficiones y, además, es una gran lectora. Si por casualidad nos adelantamos un poco al horario y conseguimos llegar antes de que lo hagan los niños, solemos mantener entretenidas conversaciones sobre agricultura y, cómo no, también intentamos arreglar un poco el país. Al menos en política local, puesto que ella es concejala del ayuntamiento de Portell.
Llegan los niños y entran, para variar, como elefantes en cacharrería. Como es hora de comer y las madres les arengan desde el exterior del bibliobús, aquellos minutos resultan algo caóticos, pero ya estamos acostumbrados. Luego, claro, llega la calma y retomamos la conversación con Alicia. También suele pasar de vez en cuando otro concejal, los del centro de salud y unas chicas rumanas que están afincadas allí desde hace unos años. Una de ellas es una devoradora de literatura, aunque desde que dio a luz ha aflojado un poco en la afición, cosa lógica por otra parte.
Hoy también ha venido un nuevo médico a darse de alta como lector. Está cubriendo una plaza temporal, así que dentro de poco dejará de venir al bibliobús. Por casualidades de la vida ese doctor es mi vecino de habitación en el Hostal, ya le había visto en otras ocasiones y nos habíamos saludado en los estrechos pasillos, de esos que te tienes que poner de lado para cruzarte con alguien y, claro está, el saludo y el intercambio de cuatro palabras es inevitable. El “pero” de esta circunstancia es que este médico es ruso y no duda en decirlo inmediatamente para que no haya dudas ni especulaciones. Habla perfectamente el castellano, sin dejar de resultar llamativo ese marcado acento en “r” que recuerda los doblajes de las películas. El caso es que al comentar que somos vecinos de habitación ha comentado que en Forcall se duerme tranquilo y sin ruidos. Esa afirmación me extraña sobremanera porque yo suelo roncar mucho. --¡¡Ahhh!!--, dice, esta noche a las tres de la madrugada me he despertado y la habitación parecía que temblaba, acompañando sus palabras con un gesto con las manos y un “broooooo” batiendo labios. Ya me imaginaba, no lo podría haber descrito mejor. Sorry. Luego añade que no me preocupase por los ronquidos, que realmente no le molestaban. Un verdadero alivio para mí.

13:50 horas
. Ya nos han dejado solos y es hora de volver a recoger para marcharnos a comer. Durante años hemos parado en el mismo sitio, en el pueblo vecino que está en nuestra ruta G, la de mañana. Pero hoy no vamos a ir allí por un detalle que nos molestó: bien es sabido que cuando se adoptó el euro como moneda en nuestro país fueron muchos los inconvenientes que tuvimos que soportar los ciudadanos de a pie, sobre todo el redondeo. Recordamos que un menú normal rondaba las 800 o 900 pesetas en el año 2.002, y ahora a nadie extraña menús de 8 o 9 euros, que son 1.350 o 1.500 pesetas, pero lo peor es que nuestras dietas y manutenciones, las que percibimos como compensación, son del siglo pasado, literalmente hablando. El caso es que el dueño del restaurante al que solemos ir, un tipo muy agradable por otro lado, decidió subir 50 cts. el menú hace ya algún tiempo, para establecerlo en 9,50 euros. Justificó que al principio los clientes se quedaban un poco con la vista perdida, pero luego lo asimilaban bien ¿…?  El caso es que debe considerar que la crisis sólo le ha llegado a él y como contramedida ha vuelta a subir 50 cts. para redondearlo en 10 euros. Si bien lo miramos, no se trata de cantidades abusivas respecto a la competencia porque todos se han subido al mismo carro, pero consideramos una falta de respeto con la que está cayendo, así que nos vamos a otro sitio.

14:20 horas
. Llegamos a Forcall, al hostal, aquí se come también bien y todavía nos respetan el precio. He de matizar que en esta zona la calidad de los restaurantes es buena. El caso es que los diecinueve kilómetros hasta llegar aquí son bastante duros. Nuevamente pasamos un puerto de unos 1.200 metros para descender por una estrecha y sinuosa carretera hasta Cinctorres, pasando por La Creu del Xelat (cruz del helado), en la que una gran cruz rememora la muerte de un cartero que, en el desempeño de su oficio, murió en aquel lugar en medio de una tempestad de frío y nieve.

15:10 horas
. Damos cuenta de las manzanillas que culminan la comida y nos ponemos en pie para volver al bibliobús. Nada de alcohol en las comidas, ni siquiera para acompañar a un cigarrillo o el café, ni una cosa ni la otra. Lo del tabaco es una cosa que allá cada cual mientras no me molesten a mí, porque pienso que darse de bruces con el muro está a disposición de todos y cada uno se debe estrellar en él cuando más le convenga, así que no voy a ser ni pesado ni paternalista en este tema. Lo del alcohol es más lógico, puesto que si al cansancio de la carretera, a la letanía del ronroneo del motor, a los constantes cambios de presión atmosférica por la altura y al sopor de la comida le sumamos unos pocos grados de alcohol, el resultado no es lo más conveniente porque me imagino a mi compañero y a mí durmiendo a pierna suelta a la sombra de algún roble cercano, seamos serios. Suficiente es que sea yo quien descabece un sueñecito mientras mi compañero conduce ese tramo de más de una hora de duración hasta Vallibona pasando por Morella y luego otro puerto de 1.200 metros y una impresionante bajada de 10 kilómetros hasta el nivel de los 600. Y no es que mi egoísmo me lleve a no querer coger el volante en alguna ocasión, pero en esto mi compañero es como el padre de familia, es decir, aunque la madre y algún hijo tengan carné de conducir, el que maneja el burro es él. En su momento sugerí esa posibilidad, la de coger el volante si él estaba cansado, pero a la tercera negativa dejé de insistir. En el último trayecto casi siempre vemos alguna cabra montesa en el impresionante paraje de la Tinença de Benifassà, donde recuerdo una ocasión en la que casualmente nos encontramos con Jezulín de Ubrique que se lamentaba de no haber podido --pegá una perdigoná a una p*** cabra--, cuando en la segunda curva, tal como se sale del pueblo, había todo un rebaño pastando tranquilamente… cosas…

16:10 horas
. Entramos en la plaza de Vallibona donde encontramos a Jezulín aquella tarde. Aparcamos, conectamos y enseguida llega Ana a cambiar el material de lectura. Mientras atendemos a Ana llegan dos mujeres más que son lectoras temporeras, de aquellas que pasan el verano en el pueblo y cuando el frío aprieta emigran a zonas más cálidas. Yo que pudiera. Sin tiempo para un respiro llega Manolet, como le llama todo el mundo, y damos comienzo a la tertulia, que en este caso inicia mi compañero sacando el tema del senderismo del que Manolet es gran conocedor, sobre todo de la zona del Maestrazgo castellonense. Puede dar detalles de masos (masías), barrancos, pistas y todo tipo de datos que ni siquiera aparecen en los libros sobre el tema. Como podréis imaginar, el tiempo nos pasa volando.
Poco después llega Tere con sus revistas de decoración y sus libros, ah, y también con sus prisas porque al ser la regente del hotel del pueblo le sabe mal dejar solos a los cuatro abueletes que están dándole a la partida… ¿y si les da por pedirle la manzanilla justo cuando ella ha salido al bibliobús? Pues nada, Tere, no te hacemos esperar, sólo, cuéntanos cómo ha ido el tema de clientes en estos días pasados. Así que Tere, con una rápida explicación sin entrar en detalles nos pone al día, aunque con la expresión de la cara y las primeras palabras al comenzar con los escuetos detalles sería suficiente: --ah, bien, bien…--, o, --ufff, mal, muy mal--.
Llega Barranc (barranco), que no es lector pero siempre se acerca a la puerta del bibliobús para saludar. Antes incluso subía con nosotros, pero desde que le dijimos que en el bibliobús no se puede fumar limitó la visita a un saludo desde la calle. A Barranc lo tenemos inmortalizado en nuestro calendario de 2009 junto al bibliobús, porque es el pregonero oficial del pueblo. Para la fotografía se puso el traje de gala y con corneta en mano hizo lo propio, soplar, todo un detalle. Buena gente…

17:15 horas
. Ya hemos terminado el tiempo de estancia y hay que recoger. Todavía tenemos que subir nuevamente al nivel de los 1.200 metros y luego llegar a Forcall que está sobre los 700. En invierno se nos hace de noche subiendo la interminable cuesta que serpentea hasta lo más alto. Hay días, pocos, que ni siquiera bajamos hasta el pueblo porque la nieve de la carretera y la inminente helada al caer la tarde lo desaconsejan. Es un paisaje muy bonito, creo que el más bonito de todas las rutas que hacemos, incluso la gente del pueblo es agradable y acogedora, sin desmerecer para nada la de otros pueblos, que sin duda es de lo más agradecido del trabajo. En Vallibona nos dejó Margarita tiempo atrás. Esta mujer era un personaje peculiar que durante años nos proporcionaba la llave del consultorio médico, que está en la plaza, para poder conectar el cable eléctrico y también del teléfono. Recuerdo una vez, a finales de los 80, que hacía poco que me había casado y Margarita me preguntó que por qué no tenía hijos todavía, a lo que yo le contesté que sencillamente era porque no sabía hacerlos. Los detalles de la  explicación que me dio sobre como tenerlos no tiene desperdicio, a pesar de su sencillez, no en vano ella tuvo nueve.

18:30 horas
. Llegamos a la puerta del hostal con los oídos zumbando y como si nos hubieran dado una paliza, por eso le llamo etapa reina a la ruta de hoy. Aparcamos el bibliobús en la puerta y nuevamente a la habitación. Me despido de mi compañero hasta las nueve del día siguiente. Yo entro en la habitación, cierro la puerta y dejo los trastos sobre la mesa. Como hace buen tiempo y el día es todavía largo voy a salir a pasear por los alrededores. Con media hora es suficiente, pero si encuentro algo interesante puedo prolongarlo más. Sólo encuentro a un pastor que regresa con su rebaño de ovejas apurando el día. Normalmente lo veo de lejos, pero hoy he coincidido con él en un cruce de caminos y tengo oportunidad de conversar un poco. Minutos después seguimos cada uno por nuestro camino con nuestras respectivas cavilaciones. A pesar de la soledad el sitio me gusta. No me considero urbanita, todo lo contrario, así que encontrarme solo en medio del campo y los montes y ver animales salvajes de vez en cuando, me resulta agradable. Lástima que eso no lo pueda disfrutar la mayor parte de la temporada del trabajo, así que en esos momentos hay que conformarse con las cuatro paredes y el calor de la estufa.

19:30 horas
. Entro en la habitación para no salir ya hasta la mañana siguiente, ni siquiera para cenar puesto que al no haber gente alojada tampoco abren el restaurante por la noche. Eso no supone ningún contratiempo para mí, con un poco de fruta tengo suficiente. En otro tiempo no era así. Las tardes de los lunes y los martes siempre había alguien con quien jugar una partida de frontenis en el polideportivo cubierto que está a escasos doscientos metros del hostal o hacer una excursión o montar en bicicleta por inverosímiles caminos cuando llegaba la primavera. Ahora ya no hay partidas ni gente ni ganas, casi ni primavera. Pero lo que siento es que tampoco existan ya cenas que invariablemente celebrábamos cada martes, coincidiendo con la visita del bibliobús a la comarca, en la que nos dábamos cita todos los exiliados de la zona: maestros, farmacéuticos, veterinarios, médicos y ats, psicopedagogos, viajantes, curas, abonados del lugar y yo, en tiempos en los que ejercía de hombre orquesta en el bibliobús. Incluso, de vez en cuando hacíamos un sitio a alguien que llegado al hostal considerábamos que podía dar juego en nuestras cenas, aunque no les conociéramos de nada cualquier timidez se disolvía en el primer vaso de vino. Fueron varios años de cenas memorables que desde dentro lo pasamos estupendo y desde fuera dieron lugar a historias inverosímiles de las que poco a poco me voy enterando ahora, a toro pasado. Sin duda exageradas muchas de ellas, por no decir falsas, pero puesto que son parte de una leyenda en la que yo soy un actor y no me perjudica para nada, ¿para qué negarlo? 
Hoy estoy encerrado en el hostal con algo de trabajo relacionado con el bibliobús, a ver si esta vez va en serio lo de comprar una segunda unidad y crecemos. No estaría mal, llevo desde 1987 esperando que eso ocurra y me he quedado varias veces con la miel en los labios.

21:30 horas
. He terminado lo que tenía que hacer, ahora voy a llamar por teléfono a la familia que seguramente estarán cenando. En cuanto termine la conversación sacaré las dos manzanas que tengo para esta noche y me las comeré viendo una película en el ordenador, que no tienen anuncios publicitarios. Bien pensado, ahora que también cuento con la posibilidad de conectar con Internet desde la habitación, no estaría mal llevar a cabo una “video-cena”, más que nada por aquello de cenar en compañía, que todo el mundo sabe que de ese modo la comida sienta mejor. Descargaré el programa Skype y ya está. 

22:00 horas
. Estoy viendo El amor en los tiempos del cólera con Bardem como protagonista. No he leído la novela, pero he leído otras de García Márquez y creo que promete. Me coloco los cascos y me acomodo en la butaca del recibidor que meto en la habitación para soportar mejor las horas frente al ordenador. Años atrás ya la usé, la butaca, para machacar horas y horas de estudio hasta terminar la licenciatura, de algo sirvió el declive de las cenas de los martes. Ahora me he propuesto estudiar inglés con un programa de esos en los que hasta los más torpes puedes aprender ¿por qué no? Desde luego, por falta de tiempo no será.

24:00 horas
. Ha terminado la película y, sinceramente, me ha encantado, la recomiendo. Ahora a dormir, intentando que el médico ruso que duerme en la habitación de al lado no se despierte con mis ronquidos, pero es involuntario. Hace mucho rato que no le oigo, ni a él ni ningún otro ruido, ni coches, ni nada. Los de arriba ya deben estar durmiendo. Me pongo el pijama, me meto en la cama, programo el despertador y apago la luz. Confío que las preocupaciones no retrasen demasiado mi paseo de siete horas por el mundo de los sueños… ¿qué haría sin ellos?

... con Nuno Marçal, Bibliotecario en el Bibliomóvel de Proença-a-Nova (Portugal)

 Por cortesía de RecBib, que lo publicó en su Sección  "24 horas con..."

Nuno Marçal
Mi nombre es Nuno Marçal, bueno mejor en el Carnét de Identificación está como mis padres escogieron y es Nuno Miguel Cardoso Marçal, nací en Castelo Branco (Portugal) en el dia 20 de Septiembre de 1974. Soy licenciado en Sociología y tengo  un postgrado en Ciencias Documentales (rama de Bibliotecas). Inicié mi vida profesional en el 2002, como Bibliotecario de la Biblioteca Municipal de Proença-a-Nova.
Soy Bibliotecario por pasión y desde 2006 intento juntar y conciliar la pasión con la rRazón al volante del Bibliomóvel (Biblioteca Móvil) de Proença-a-Nova (Portugal). Pues aquí van las 24 horas de carreteras, pueblos, gente, mis tesoros (mujer e hijo), los sabores, los olores, los sentimientos que se presentan al Bibliotecario-Ambulante:
06.00/06.30 – El mejor despertador que unos Padres pueden tener, nuestro hijo llamando por nuestra atención, gritando: PAIIII!!! (menos veces) MÃEEEEEEEE!!!!!!! (la mayor parte de las veces).
06.30/08.00 – Tradicional maratón de baños, vestir, desayunos, jugar y coquetear un poco con mis tesoros (mujer e hijo).
08.00/09.00 – Primeros  52 kilómetros del día, la distancia entre Castelo Branco y Proença-a-Nova. Escucho las noticias del día, las primeras páginas de los diarios doy las primeras risas con alguno programa radiofónico de humor y escucho la música que me mantiene despierto e con la mirada en la carretera.
09.00/10.30 – Llego al edificio de la Biblioteca Municipal de Proença-a-Nova, enciendo el aparato tecnológico, que conectado en la Red Global enchufa a la gente a través de las Redes Sociales. Me mantengo por aquí, viendo los mails, paso por toda la parafernalia de la WEB 2.0 (blogs, Facebook, Twitter, Linkdln. Antes de salir repaso alguna historia o cuento para la primera salida del Bibliomóvel.
10.30/12.30 – Las mañanas del Bibliomóvel están reservadas a las visitas en los Centros Geriátricos y a la única Guardería que se ha mantenido de puertas abiertas, tras los cierres por falta de niños en los otros pueblos del Municipio de Proença-a-Nova.
Estas visitas a los Centros Geriátricos son para mi muy especiales, pues en esos momentos, creo que puedo hacer la diferencia entre los días que pasan siempre igual, al mismo ritmo contrastando con el día del Bibliomóvil, contando, escuchando y principalmente estando simplemente por ahí, compartíendo mis saberes y sentimientos, con personas que han dado tanto de si mismas, y que tienen otro tanto para dar aún.
12.30/14.00 – Hora de la comida,  también para descansar y relajarme un poco con mis compañeros alrededor de una mesa, buena comida y buenos momentos de charlas, tantas veces sin ningún sentido pero que te distraen y te dan energía y buena onda para el resto de ruta del Bibliomóvel.
14.00/17.30-18.00 – Las rutas del Bibliomóvel pasan por 25 pueblos, muchos de ellos con muy poca gente, algunos que no saben leer o escribir, pero en TODOS hay siempre alguien esperándonos o entonces somos nosotros quienes vamos a sus casas a cambiar los libros, charlando sobre lo que ha pasado durante los 15 días, desde la última visita.
Los que no saben leer les gusta mucho hablar y VER las revistas de caza y pesca (Hombres) y las de labores y recetas de cocina (Mujeres), tengo también los usuarios que usan, y abusan, de la Red Global, para buscar información y conocimiento diverso, o simplemente contactar con gente (amigos/familiares). Obviamente tengo, claro  LECTORES, algunos son incluso lectores compulsivos que leen 10 o más libros de 15 en 15 días. El LIBRO para ellos es algo más que un objeto que les da mucho placer, es para algunos su única compañía. 
17.30-18.00 /18.30-19.00 - Hora de regreso a casa, son los últimos 52 km hasta llegar a Castelo Branco, junto a mis tesoros (mujer e hijo). Damos un paseo por la ciudad, besos, palabras, juegos, locuras de niños, todo cosas que pasan y son importantes momentos para desconectar y ganar ánimo para el resto de jornada. 
20.00/ 22.00 – Anarquía “organizada” en el Cuartel General que es nuestra casa. Hora del baño, de la cena, más jugueteo y más jugueteo, libros de cuentos y claro los dibujos animados.
La hora de dormir, Tomás se niega alguna veces, pero la hora es la hora.
22.00/23.00 – Nueva ronda por la Web 2.0, comentar, buscar y actualizar nuestra relación con todos los que hacen parte de ella (familia, amigos, AMIGOS, conocidos, compañeros de arte y profesión)
23.00/00.30 – Esforzados y muchas veces fracasados intentos de ver alguna película o leer alguna  página de un libro. ¡Hala! que se hace tarde y mañana otro día, otros kilómetros, otras tierras otras gentes, pero la misma pasión.

... con Roberto Soto, Bibliotecario y Presidente de ACLEBIM

Por cortesía de RecBib, que lo publicó en su Sección  "24 horas con..."

Roberto Soto
Me llamo Roberto Soto Arranz (48 años). Soy bibliotecario. Trabajo en el Instituto Leonés de Cultura, organismo de la Diputación de León que aglutina su gestión cultural en la provincia. Ocupo el puesto de Jefe de Sección de Coordinación de Bibliotecas, desde el que gestiono el Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas (42 bibliotecas municipales), los Bibliobuses de León (6 bibliobuses) y la Biblioteca “Mariano D. Berruela” especializada en temas, autores y publicaciones leonesas. Después de breves contratos como técnico en documentación y becario de archivo, durante unos diez y siete años he sido encargado de bibliobús;  y también por pocos meses fui Coordinador de Bibliobuses en León; durante ocho años gestioné la Biblioteca Municipal de San Miguel del Arroyo (Valladolid). Soy licenciado en Geografía e Historia por la Universidad de Valladolid, y en Documentación por la Universitat Oberta de Catalunya. Presido la Asociación de Profesionales de Bibliotecas Móviles (ACLEBIM) desde su fundación.
07:45  ¡Buenos días, mi amor! ¡Buenos días, mi amor! Con estas palabras me despierto. Ya hace años que las gravé en el móvil sin que haya llegado a odiarlas como antes ocurrió con timbres, pitidos o melodías aparentemente inofensivas. La verdad, constituyen un buen remedio para despertarse sin inquina, y un recurso esencial para encarar aquellos días de carencias afectivas.
07:55    Al baño. Es un momento para la lectura. Después de casi una eternidad (en este caso nunca mejor dicho) con la Montaña Mágica, ahora le toca el turno al Caín de Saramago (otra vez el tiempo en ristre). Ducha, ropa… y acción.
07:37    Desayuno deprisa: mucha hambre y poco tiempo.
07:45    ¡Buenos días, Popito! Popi es un canario muy listo, capaz de cantar ópera o flamenco según escuche, y de avisar cuando se quema la comida. Le cambio el agua y le dejo que juegue con mi mano. Un minuto de amor para Popi.
07:50    Según conduzco hacia el trabajo pienso que “Un minuto de amor para popi” sería un buen título para un cantautor, e imagino a Serrat interpretando la canción lastimera de mi canario.
08:00    Llego a la Biblioteca. Buenos días a todos. Llegan los periódicos del día, a los que dedico no más de dos minutos: otra vez las mismas noticias, lo único que cambia es el horóscopo.
08:05    Una vez ventilado el despacho ya podemos trabajar. Ante mí encuentro la chuleta de asuntos pendientes para hoy que me preparé ayer. Con un poco de suerte podré darle matarile. ¡Cuidado con el optimismo excesivo! Suena el teléfono desde el Centro Provincial Coordinador de Bibliotecas, con el mensaje de que un día más está fallando la Red y el trabajo se ralentiza hasta índices exasperantes (estamos esperando la fibra óptica que no acaban de instalarnos)
Hasta las 9:00 aproximadamente es el momento de contactar con el Servicio de Bibliobuses en sus dos sedes (la Central en las afueras de León, a cinco km. de mí, y la sede de Ponferrada, a 120 km.) cuando todo el personal está en pleno antes de salir de ruta.  Llamo a Ponferrada: el portátil de uno de los dos bibliobuses de esta sede sigue resistiéndose a transferir los datos del Sistema Regional como Dios manda. No faltan problemas para empezar el día.
Acabo de responder, entre teléfonos, los correos pendientes de la tarde noche pasadas.
09:05    Recibo la visita de Julio, un investigador  especializado en temas leoneses que desde hace una semana acude con asiduidad ilusionadísimo con nuestro Servicio de Bibliobuses, sobre el que prepara un artículo que publicará en el Facebook de los mismos.
09:45    Acabo de quedarme solo y leo un correo de la Biblioteca Pública del Estado en León, en el que se nos advierte de un error catalográfico en el catálogo de nuestra Biblioteca “Mariano D. Berrueta”. Lo corrijo y convoco a mi equipo para comentar la incidencia en el momento y establecer un protocolo de catalogación para el tipo documental que ha originado el lío.
10:10    Salgo a tomar el café de la mañana con otros compañeros. En León todo está en un pañuelo con lo que nos podemos permitir llegar hasta tres manzanas más allá.
10:45    De vuelta a la Biblioteca me encuentro de cara con un investigador en las escaleras de la calle, y en veinte minutos hemos acordado digitalizar y poner en Internet a texto completo su última publicación, al tiempo que aprovecho para soltarle a bocajarro toda nuestra política, compromisos y actuaciones sobre la consulta en la Red de nuestros fondos.
11:10    Mientras, en la misma escalera me saluda Luís, uno de nuestros proveedores de libros de viejo, que me esperará a la puerta de mi despacho. Llego enseguida y estudiamos algunos de los productos que me ofrece. Entre libro y libro me reclaman varias veces desde el Centro Coordinador de Bibliotecas por problemas técnicos y logísticos.
Suena de nuevo el teléfono: ahora, por línea interior, me comunican que hay una señora con prisa y que pide una cita. Que venga a las 13,30.
11:15    Me quedo solo otra vez. Cuento con casi hora y media para ponerme al día. Siguen llegando correos y el teléfono no deja de sonar. Andamos preparando una actividad de bookcrossing desde los Bibliobuses y la Feria del Libro, y contacto con algunos colegios, que centralizarán la actividad en los pueblos donde se encuentran, para ir atando cabos.
11:20    Aparece en la puerta el presidente de los libreros reclamándome en el recinto de la Feria para estudiar in situ la ubicación del Bibliobús que llevaremos el sábado próximo. Pospongo la invitación para dentro de tres cuartos de hora, después de entregar un informe urgente sobre recursos humanos que se me acaba de solicitar en el Instituto Leonés de Cultura, organismo en el que se integra la Sección de Coordinación de Bibliotecas.
11:55    Paso por la Feria del Libro y zanjamos el tema en un pispás, y prosigo hasta la Diputación donde se entregan los Premios de Libro Leonés del Año.
12:35    Han sido rápidos. Salgo pitando a la oficina donde me esperan avisos de unos y recados de otros que contesto contrarreloj.
12:50    Apenas acabo recibo a un comercial que me presenta sus novedades editoriales pensando en los Bibliobuses y las Bibliotecas Municipales de la provincia. Ya está aquí la señora de las 13,30, me dicen por teléfono.
13,30    El comercial se va y entra la señora. En 15 minutos hemos terminado.
13,45    Salgo del despacho buscando relajarme y cuento cuatro chascarrillos a los miembros de mi equipo. También se les ve cansados, y mucho más después de aguantar pacientemente mis chistes malos. Dios aprieta pero no ahoga, y suena el teléfono a mitad del último chiste que forzosamente ha de quedar incompleto (ooooh! hubieran dicho en el Un, dos, tres): un alcalde solicita información sobre su subvención para la mejora de la casa de cultura, asunto que también tramitamos desde la Biblioteca.
14:00    Llega el correo, hoy un poco tarde: estadísticas de bibliotecas municipales, facturas, propaganda, publicaciones de intercambio, libros de viejo que acabamos de comprar para la Biblioteca. ¡Magnífico! Invito a mis compañeros a que los ojeen  antes de pasarlos al depósito donde esperarán a ser procesados.
A partir de las dos el teléfono va sonando menos y puedo dedicarme a tareas más técnicas.
15:00    Abandono la Biblioteca y el plan previsto para hoy sigue en mi mesa apenas sin tocar. Quince minutos y en casa.
15:45    A comer, que hay hambre; y un poco de charla en familia.
16:45    Es la hora de practicar con la trompeta. Es posible que algún vecino educado haya cambiado su siesta por la invocación religiosa a mi padre y demás familia mía; auque lo peor ya ha pasado, después de tres meses, el berreo del principio va quedando soterrado en lo más oscuro de la memoria. Mi mujer dice que ya no molesto, que ya sale algo de música. Quiero pensar que lo suyo no es compasión.
17:45    Cacharreo con el ordenador: repaso el correo de la oficina, vigilo el acceso en Facebook de los catálogos de los Bibliobuses y de la Biblioteca Berrueta que nos está dando algunos problemas de funcionamiento, ultimo la página web del 5º Congreso Nacional de Bibliotecas Móviles, consulto mi correo personal y el de la asociación ACLEBIM…
19:45    Cojo el coche para acudir a la presentación de las últimas publicaciones de una editorial local. El acto es original y entretenido. Se me pasa una hora sin enterarme.
21:00    De vuelta a casa, aprovecho para acercarme a la Central de Bibliobuses y recoger un portátil que al día siguiente tiene que estar conectado, a primera hora, en las instalaciones de la Biblioteca Pública del Estado en León para su reparación remota desde Valladolid.
21:30    Hago la cena y a la mesa. Hoy me toca también la comida de mañana.
23:30    Un poco de relax ante el televisor.
00:00    Como reza la canción de Revolver, “seiscientas veinticinco flechas entre los ojos me están dejando idiota, imbécil, tonto, loco…”, un estado ideal para irse a dormir. Me lavo los dientes con los párpados encasquillados por el sueño, sabiendo que en cuanto caiga la cabeza en la almohada perderé el conocimiento. Pero antes, “hasta mañana, mi amor”, a mi mujer. Esta vez no es el teléfono móvil, esta vez soy yo.

... con Isabel Sánchez García, Bibliotecaria en los Bibliobuses de la Comunidad de Madrid.

Isabel Sánchez García
Por cortesía de RecBib, que lo publicó en su Sección  "24 horas con..."

Estudié Prehistoria y posteriormente me formé en Documentación realizando: el Máster de Información y Documentación de la Universidad Carlos III, Máster en Documentación Digital de la Universidad Pompeu i Fabra, el Máster en Comunicación Digital de la Universitat de Les Illes Balears y diferentes cursos de postgrado. Llevo trabajando cerca de 20 años, comencé siendo responsable de Centros de Documentación de entidades no lucrativas y fundaciones y luego, también como responsable del centro de documentación, trabajé 11 años en una empresa de estudios de mercado. En los últimos años he trabajado como bibliotecaria en el Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid y actualmente en los Bibliobuses de la Comunidad de Madrid.
Un día tipo de mi actividad profesional transcurre así:
6:50. Suena el despertador.
7:00. Ducha.
7:10. Desayuno.
7:20. Despierto a mi hija y recojo un poco, salimos para dejarla en la ruta escolar.
7:55-8:30. Practicando con el piano.
8:30. Sesión de ordenador. Puesta al día de correos, noticias, alertas… Cuelgo algunas noticias en la página de Facebook que administro.
9:15. Toca calentar la comida y meterla en el termo.
9:30. Salgo para el trabajo, mientras voy en los medios de transporte aprovecho para leer un artículo sobre nuestra profesión, para ponerme al día. Son 20 minutos de trayecto y no da tiempo para mucho.
9:50. Llego a la base de bibiobuses de la Comunidad de Madrid que alberga 13 bibliobuses, 1 depósito de libros y oficinas.
Me dirijo a mi bibliobús a recoger un carrito con libros, que el día anterior he seleccionado, para retirarlos del bibliobús y colocarlos en el depósito. Así estarán disponibles para cualquiera de mis compañeros que los precisen.
10:10. Termino de colocar los libros en el depósito, me dirijo a las baldas específicas de mi bibliobús ubicadas dentro del depósito de libros, donde mis compañeras han colocado las últimas adquisiciones tras añadirlas a la base de datos.
Selecciono los que pueden interesar a mis usuarios del día de hoy: cada uno tiene sus preferencias de lectura y, después de tanto tiempo, conozco sus necesidades y lo que me van a solicitar.
Las paradas de hoy atienden un jardín de infancia, un colegio y también a adultos. Selecciono los documentos en función de mis usuarios: abundancia de literatura infantil y juvenil, libros de astronomía, novela negra y novela histórica… temas que interesan a los usuarios de estas paradas.
Es lo que tiene tener un contacto tan directo con los usuarios, que conocemos sus gustos, así que les servimos lo que puede ser adecuado para sus intereses.
10:20. Consulto la agenda, donde apuntamos las demandas de libros para el día de hoy que, previamente en otras visitas, nos han encargado.
El bibliobús, por espacio, no puede contener muchos fondos (4.000 documentos máximo), pero en las oficinas centrales, contamos con un depósito bastante grandes de documentos (195.000 volúmenes), del que nos abastecemos para recoger lo que nos solicitan nuestros usuarios.
Busco las peticiones y en la base de datos cambio su localización: pasan del depósito a mi bibliobús.
Imprimo dos carnets que han perdido los usuarios.
Me adelanto a las peticiones pendientes para el día siguiente y las voy buscando.
11:20. Subo al bibliobús para dirigirme a mi primera parada.
12:00-13:30. Llegamos a Villamanta, pasamos por la puerta de la casita de niños. Los
peques están en el recreo en el patio, nos ven y saludan desde la valla gritando bibliobús, bibliobús; son niños de hasta 3 años.
Aparcamos, abro la sesión de la parada y voy colocando en los expositores las novedades que he subido. Van llegando los usuarios, primero vienen adultos: se llevan música, libros, películas… Algunos son los padres de  los niños que vendrán después y aprovechan el momento de tranquilidad para poder escoger documentos relacionados con sus aficiones.
Charlamos sobre algunos libros que han leído, les comento algunos de la misma temática que les pueden interesar. Tengo un usuario que es restaurador de arte es veneciano, habla un perfecto español y charlamos sobre Palladio, el arquitecto.
A la una salen los niños de la guardería, vienen acompañados por sus padres, se dirigen a la sección infantil los padres son quienes seleccionan los cuentos. Sientan a sus hijos en el suelo y les muestran los que van eligiendo, algún niño hojea libros o los coge directamente de la estantería, mostrándoselos a su madre o padre.
Un padre selecciona libros para su hija de 2 años y encuentra uno que se titula “Tengo pipí”. Quiere leérselo a su hija; se sientan en la zona infantil y se unen a ellos el resto de los niños, que se quedan boquiabiertos escuchando al papá contar el cuento. Al final se lo lleva junto con otros tres. El préstamo del bibliobús permite llevarse  3 libros, 3 audiovisuales y 1 título de revista durante 15 días, pudiendo renovarse otros 15 días más.
12:30. Salimos hacia la siguiente parada, Sevilla La Nueva. Mientras, en el camino, aprovecho para hacer nuevos carnets cuyas solicitudes me han entregado en esta parada y los préstamos asociados a esos carnets.
13:45. Llegamos a la parada, situada en la puerta de un colegio. Es el horario de comedor; antes de que los alumnos salgan de comedor, van llegando los niños que regresan de comer en casa con sus padres, escogen tranquilamente. Luego llegan los alumnos que han permanecido en el colegio; vienen con una monitora y van entrando por cursos.
14:30. Salimos a la parada de la tarde y sigo aprovechando la ruta para hacer los carnets de las solicitudes que me han ido entregando.
15:00. Aparcamos… y a comer. En media hora ya he comido y aprovecho para colocar algunos libros que han dejado los niños del colegio de la parada anterior. También repaso mis clases de teoría musical, solfeo….Hay que aprovechar el tiempo… ¡qué es tan escaso!
16:10. Abrimos la parada, esta vez casi todos son adultos. Llega primero un usuario a quien le gustan las revistas de informática y los libros de astronomía y ciencia. Después, varios usuarios y establecemos una tertulia sobre novela histórica egipcia y novela negra; cada uno recomienda los libros que le parecen interesantes.
Algunos usuarios me devuelven los libros del club de lectura y me comentan que para la próxima visita les proporcione otro de los títulos. Una de ellas es la coordinadora del club, que me entrega las conclusiones que han extraido de la lectura del libro.
[Inciso. Los bibliobuses promueven un club de lectura: proporcionan los libros - hay 30 ejemplares de cada título- y también se encarga de realizar una guía de lectura para los participantes y otra para la coordinadora. También proporcionamos el local, previo acuerdo o con el Ayuntamiento o instituciones locales. Es una manera de fomentar la lectura y de hacer comunidad entre los lectores, uniendo personas que comparten los mismos intereses y debaten sobre una lectura.]
17:05. Aprovechando un momento en que no vienen usuarios, selecciono libros para retirar del bibliobús al fondo común y dejar espacio para los libros nuevos que se han adquirido. Les cambio la ubicación en la base de datos y los coloco en el carrito para, al día siguiente cuando llegue al trabajo, bajarlos y colocarlos en el depósito de libros.
A última hora vienen más usuarios: uno se decanta por la novela negra, otra es entusiasta de Lorenzo Silva y otra de Hobny, Meyer...
17:30. Cerramos la parada y nos dirigimos a Madrid.
18:00. Llegamos a las oficinas y aparcamos el vehículo. Cojo el portátil y lo conecto
a la red para que mañana esté cargado.
Restauro algunos libros deteriorados y, sobre todo, cajas de CD, que se rompen a la mínima en cuanto alguien las deja caer al suelo, ¡zas!, siempre por el mismo sitio.
18:20. Regresando a casita.
18:40. Llego a casa, saludo y charlo sobre el día con la familia y tomo un refresco.
19:20. Salgo para ir a la Escuela Municipal de Música: dos horas de entonación, dictados, ritmo, teoría musical, practico la teoría del circulo de quintas¡¡….
21:40. Llegada definitiva a casa. Cena, ratito con la familia hasta las 22:30. Acuesto a mi hija con la que charlo un poquito para que se duerma.
22:30. Enciendo el ordenador y ¡hala! a buscar información sobre bibliotecas móviles y bibliobuses.
Selecciono la información más interesante para poder informar y difundir el contenido en la página de ACLEBIM en Facebook. ¡Y también para estar yo misma al día!
1:00. Cierro ordenador y me dirijo a cerrar también mis ojos, para descansar, cargar fuerzas y comenzar otro día más.

Presentación de "Un día entre Bibliobuses con..."


Abrimos con esta página una nueva Sección dedicada a todos los que trabajan en el ámbito de las Bibliotecas Móviles, independientemente de su puesto, de su función o de su categoría, ya que todos somos importantes en esta labor, más cuando es el fruto ineludible del trabajo en equipo.

Éste es nuestro pequeño homenaje a todos nuestros compañeros que quieran participar con el relato de su jornada laboral, y de todas sus aportaciones a estos servicios bibliotecarios en su tiempo libre.

A la vez, pretendemos con esta nueva Sección dar a conocer al público las trastienda en su día a día de las Bibliotecas Móviles, con lo que sin duda ayudaremos a su mejor comprensión y a que su valoración se aún más justa.